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Sala Enrique Prieto en la Casa Emaús

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El pasado 14 de noviembre de 2025 se inauguró en la casa Emaús la Sala Enrique Prieto. Fue un acto sencillo, entrañable y lleno de emociones. Disfrutamos del encuentro entre amigos y conocidos para dialogar sobre temas que, sin duda, nos calientan el corazón, dan sentido a nuestra vida y nos acercan a la realidad de los últimos, del trabajo, de la solidaridad… cuestiones que alimentan nuestro espíritu y reavivan el deseo de seguir caminando en la militancia cristiana.

La figura de Enrique – y, con ella, la de Ángela y toda su familia – estuvo presente durante toda la celebración. Comenzamos con un montaje de fotos y momentos significativos de su vida, preparado por una de sus nietas. Continuamos con las motivaciones para dar nombre a esta sala y con las palabras de Rodrigo al presentar el libro Los de abajo. Enrique se insertó plenamente en esa corriente de “los de abajo”: sufrió persecución por defender a los trabajadores, apostó por una economía de colaboración creando la empresa autogestionada de jabones COPAN, abrazó una espiritualidad de encarnación que lo llevó a la contemplación desde los grandes místicos y fue un apasionado de la vida y las luchas de los pobres.

Desde su conciencia de pecador, animaba a los jóvenes a soñar y poner en práctica el plan de formación, a hacer encuestas, arriesgar, equivocarse, revisar y volver a empezar. Nos invitaba a tener amigos en nuestros ambientes, a no huir de los compromisos cotidianos y a implicarnos para transformar la realidad cercana. Consciente de su pronto encuentro con el Padre, nos dejó aquel cuadro que reza: “Permanentes en la oración, permanentes en la lucha”. Ese legado, que él quiso vivir, es el que deseamos mantener vivo. Su testimonio, junto al de Ángela y su familia, queremos tenerlo siempre presente, y de ahí el nombre de esta sala.

Es costumbre en esta casa nombrar las salas con el nombre de militantes cuya vida ha dejado una huella profunda en cada uno de nosotros y en la organización apostólica. Nos costará acostumbrarnos al nuevo nombre, pues era una sala con mucha historia, conocida hasta hace poco por todos como “la imprenta”: un taller donde se trabajó incansablemente, noches sin dormir, para imprimir cientos de miles de publicaciones solidarias, convencidos de que lo más importante para los de abajo es generar una opinión pública que denuncie las causas de la injusticia.

Tras dejar de ser imprenta, este espacio ha sido utilizado por jóvenes de SAL, scouts, parroquias y otros grupos para convivencias autogestionadas, gracias al pequeño rincón de cocina que se habilitó para ello. Enrique fue un hombre de ambiente, de relaciones, de abrir caminos para el ideal solidario. Y esta sala quiere seguir ese espíritu: ser un lugar que facilite el encuentro, que acoja iniciativas y reuniones de todo tipo.

Tampoco es casual que esté situada cerca de la huerta y de los rosales que Enrique y Ángela cuidaron con tanto cariño. Allí pasaban horas para que las plantas florecieran y alegraran la vista de todos. En esa misma huerta dedicó tiempo a los chavales de la casa-escuela, compartiendo con ellos sus conocimientos y su vocación educativa.

Por todo ello, la Sala Enrique Prieto – como el resto de salas de la casa – está pensada para el encuentro y la acogida; abierta al pueblo y a la zona para cualquier tipo de actividad. Su cercanía a la entrada quiere favorecer ese espacio CCyE donde podamos plantearnos, juntos y con otros, la promoción de militantes cristianos pobres.

Ojalá unamos siempre la memoria de Enrique con la vida de los de abajo en esta sala. Y, sobre todo, que lo que trabajemos en ella contribuya a transformar nuestros ambientes desde la humildad de quienes se saben “siervos inútiles”.

Gracias, Enrique (y Ángela), porque vuestro testimonio nos impulsa y sostiene en la tarea.
Hasta mañana en el altar.